domingo, mayo 02, 2010

El fraude que era cuentacuentos


RECUERDOS, SAUDADE

Los tañidos de la testaruda campana recorrían el aire viciado de aquella villa infecta y hacían vibrar las ancianas y ajadas contraventanas de la casa. Hacía ya tiempo que nadie entraba en ella, para el populacho no era más que un escombro, una madeja de piedra y madera abandonada a las inclemencias por su difunto dueño.
El viejo avanzaba penosamente por el camino rocoso y quebrado que le conducía inexorablemente a la cárcel de su juventud, y el obstinado sonido que anunciaba, ominoso, defunción, le taladraba la cabeza, se introdujo en su interior y le mostró imágenes de las pequeñas campanas oscilantes, movidas por un misterioso resorte, encajadas en la gloriosa espadaña.

Mientras tanto, las buenas e ignorantes, pero felices gentes de tan maniquea población acudían a la llamada de la ermita, curiosos y excitados por conocer el nombre del difunto. Muchos pasaron por delante de la casa, ignorando su melancólica presencia, demasiado acostumbrados a su podredumbre como para percatarse de que existía.
El viejo asistió desde la lejanía al morboso despliegue de actividad, manteniendo una dura batalla simultanea contra sus piernas, que de cuando en cuando se negaban a moverse.
Cuando el pueblo finalmente se reunió por entero dentro del templo y sus calles quedaron desiertas, el viejo ya casi alcanzaba su objetivo. Enfrente de la ruinosa casa que le vio nacer, fue presa de una sensación casi mística de perfección, se completaba el círculo, él era consciente de ello, y no le importaba, lo deseaba, en aras de perfeccionar su existencia con un gesto simplón pero efectivo. Ya casi no recordaba aquella puerta de madera azul, ahora desconchada y raída, ni las contraventanas, que continuaban profiriendo ruiditos vibratorios al son del ritmo fúnebre.
Una vez que hubo llegado a la puerta, se apoyó en el dintel, presa de un profundo dolor en su pecho. Se resistió a abandonarse al abismo de la eternidad y empujó con todas sus fuerzas la portezuela hasta que finalmente traspasó el umbral. Las motas de polvo le reconocieron, se arremolinaban entre sus frágiles y delgadas piernas, que estaban a punto de fallarle. Vislumbró al fondo de la pequeña estancia un catre de paja, e intentó, no sin esfuerzo, tenderse en él.

Recuerdos, saudade. Captó el aroma de las sopas de ajo que cada domingo su madre, voluntariosa, les preparaba para cenar. Tristeza, inquietud. Vio a su padre entrar por la puerta, borracho y enajenado. Miedo, angustia. Escuchó a sus padres discutir, ella gritaba. Pavor, dolor. Sintió un bulto derribarse sobre el catre. Silencio. Percibió el olor de la sangre tibia, y pronunció las palabras que tanto tiempo había esperado: "me voy contigo, mamá", y entonces, murió.

Los tañidos de la testaruda campana recorrían el aire viciado de aquella villa infecta y hacían vibrar las ancianas y ajadas contraventanas de la casa. Sonaban por el viejo, sonaban por su madre.

1 comentario:

  1. Me encanta. Y lo he leído ya dos veces! Espero ansioso otro microrelato :3

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