viernes, octubre 28, 2011

El gran masturbador que era un clónico de sí mismo

Es inútil enseñar la filosofía como una asignatura más, y es inútil bucear meramente en los entresijos de los pensamientos de los grandes filósofos si no se añade un componente de duda, incertidumbre e inquietud. Es inútil pretender que la filosofía es historia y es prácticamente inútil historiar la filosofía. Una personalidad especial y un enfoque curioso, más que didáctico, consigue despertar en un alumno la semilla de un sentimiento de duda. Un sentimiento que, al germinar, crece en un árbol de pura incertidumbre, cuyas hojas, inquietas, buscan la luz de una razón a la que aferrarse. Es absurdo enseñar la filosofía como un saber enciclopédico. Es prácticamente irrelevante perseguir que un alumno saque una buena nota en sus exámenes, mientras que es enormemente productivo procurar que sus inquietas hojas repletas de clorofila busquen por si solas ese sol que tanto ansían, ese referente autocreado que alumbrará ya para siempre su eterna pesquisa, su sed de más, y será precisamente esa sed la que engrandecerá su árbol. Un árbol alto y frondoso es en sí mismo el sinónimo del éxito.
Esta vez me permitiré el lujo de atribuirme la autoría del texto y de su metáfora. Porque aunque no lo parezca, yo cuando me pongo, escribo bastante bien, si se bucea entre la pedantería y la abstrusión a la que sin querer me llevan los paréntesis y las comas. De verdad, que a veces tengo ganas de aplaudirme a mí mismo, porque es muy sano autoalentarse, y si uno no cree en sus propias posibilidades, ¿quién va a creer?
Que me ronda la idea de que este retazo lírico-filosófico me quedó en su momento algo así como perfecto, cumplió con su cometido la mar de bien (y mira que yo no soy de escribir cosas como "la mar de") y me ha apetecido hacerlo público. Porque nadie se resiste al orgullo ni nadie puede evitar que los productos de su sistema límbico salgan finalmente a la luz.