miércoles, mayo 05, 2010

El idólatra que era ensayista


LA DISTORSIÓN DE LA REALIDAD: MAGIA Y ESPERPENTOS

El mundo que denominamos real puede ser o no ser como es, nuestras percepciones del mundo, indudablemente, son. Y nace de esta contraposición duda-certeza el arte de distorsionar la percepción.
El arte, y en particular la literatura, que es la disciplina a la que en esta ocasión me refiero, siempre trata de evocar en la mente del destinatario una suerte de mezcolanza de recuerdos perceptivos, ordenados y enlazados de un cierto modo en el proceso creativo, que le da sentido a la obra artística, la dota de un mensaje, que puede  ser desde lo más "sencillo", como es el simple propósito estético de aproximarse a la belleza, hasta lo más "complejo", como son las narraciones literarias.
Complejo-sencillo no son, no obstante, sinónimos de "más bello, menos bello" o "más perfecto, menos perfecto", el mérito  de la creación artística recae, entre otras cosas, en la capacidad de su autor para reordenar los conceptos preexistentes en algo aparentemente nuevo, de forma más o menos original y con una forma más o menos bella, y por otro lado, en el potencial evocador de la obra.

Uno de los factores determinantes respecto al resultado final de la obra es el modo de ordenar y vincular esos conceptos, esos recuerdos del mundo, que puede seguir el modelo de la percepción realista humana o alejarse diametralmente de ella, empleando modelos perceptivos totalmente distintos. Lo más habitual es, no obstante, emplear una referencia perceptiva híbrida, en algún punto entre la absoluta ficción  y el realismo más escrupuloso. De hecho, es imposible alcanzar ambos polos, o al menos el extremo de la ficción -el realismo puro puede obtenerse si consideramos a la vida misma como un arte ( y como hoy día un tablón pintado de negro parece ser arte, por qué no iba a serlo la vida, infinitamente más rica), una expresión totalmente distinta a la concepción humana es imposible para el hombre. Como ocurría antes, ninguno de los dos modos de articulación artística es más meritorio que otro, y reitero que la grandeza de una obra de arte está en la calidad de la relación autor-obra-consumidor.

No obstante, y contradiciéndome a mí mismo en un alarde de libertad poética, en la mayoría de los casos la virtud está en el justo medio, como ya predicaba Aristóteles. Aunar realidad y fantasía, distorsionar la realidad, sistematizar y normalizar la fantasía sin que el resultado sea un engendro tambaleante, un batiburrillo de incoherencias forzadas a cohesionarse, es una de las tareas creativas más complicadas.
La consecución de la armonía fantasía-realidad ha sido intentada por muchos y dominada por muy (muy) pocos, pero casos paradigmáticos, en los que la perfecta unión entre lo irreal y lo verdadero se manifiesta omnipresente, son los del teatro esperpéntico de Valle-Inclán y el realismo mágico de García Márquez. Por citar a dos, porque podría pasarme horas nombrando genios de la literatura (Cervantes y Shakespeare, sin ir más lejos), pintura (Goya, indiscutible precedente del Esperpento), música (Stravinski), cine (Buñuel, Lynch), etcétera.

Como refleja Valle-Inclán en Luces de Bohemia, "Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada." La técnica del Esperpento se sustenta en la continua hiperbolización y distorsión de la más cruda realidad, mezclando usualmente lo verdadero con ficciones "pesadillescas" y regando así la trama o el mensaje de la obra con un entorno de grotesca ironía. Los "héroes clásicos" se transforman en "reflejos "deformados y caricaturescos de sí mismos, que encarnan la más inmediata realidad desde un punto de vista esperpéntico.

Con otro enfoque radicalmente distinto, la conjunción realidad-ficción de los escritores del realismo mágico aparece en su preocupación por mostrar elementos extravagantes e insólitos -hechos sobrenaturales o mágicos- como sucesos completamente normales y cotidianos. García Márquez supone sin lugar a dudas la culminación, la máxima potencia de este estilo narrativo. El más grande de los genios literarios de nuestra época (a entender de este humilde e ignorante habitante del mundo) concibe, en sus maravillosas novelas, relatos usualmente basados en hechos verdaderos, que han sido aliñados con especias cosechadas por el autor y adquieren matices fantásticos dentro de un devenir temporal arbitrario en el que conceptos como presente, pasado o futuro pierden todo sentido, y la sucesión de acontecimientos se vuelve cíclica, mágica en sí misma.

Es tan absurdamente complicado alcanzar las cotas de antitética armonía literaria que rebasan autores como García Márquez o Valle-Inclán que resulta de un increíble egocentrismo y soberbia negar o rebajar sus méritos. Deberíamos mirarles con humildad, con reverencia incluso, porque el arte es la necesaria ruta de escape e inspiración de la vida, y los artistas, por el mero hecho de crear, hacen que la humanidad cobre un poquito más de significado en el mundo.



Bueno, si un alma paciente ha sido capaz de leer este desvarío, que por otro lado, seguramente será absurdo, mi más profunda enhorabuena y agradecimiento.

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