jueves, marzo 01, 2012

El cazador cazado que era un delincuente

Con esta entrada estoy incumpliendo la fastuosa, espectacular y efectivísima Ley Sinde. Por favor, denúncienme, no dejen que quede impune.
labioswert Bájame

jueves, enero 19, 2012

El que veía películas en blanco y negro todas las madrugadas que era un cazador cazado


Miro al suelo fijamente, sin ver, meditando acerca de nada, oyendo el tictac del minimalista reloj de pared rojo, incrustado a mi espalda en una blanca extensión vertical vacía de todo menos del tiempo.

Vacía de todo menos del tiempo. Como todo.

Me levanto. No estoy deprimido, hace tiempo que no lo estoy, aunque, por supuesto, esa criatura hostil y petulante, pagada de sí misma, irracional y sin motivaciones verdaderas sigue acechándome desde las esquinas. Cada vez que me giro, allí está, la veo de reojo, con esas espantosas zarpas negruzcas capaces de insertarse en mi pecho causando más estragos que la propia muerte.

Camino lenta y pesadamente, porque no sé dónde ir. Cuando alcanzo el pasillo, me saluda el siniestro perchero, siempre lleno de personajes imaginarios. Está el Hombre de la Lluvia, con su paraguas y la gabardina, la Mujer Estrafalaria, que gusta siempre de vestir  abrigos largos de lana tejidos con un dudoso sentido de la estética,  el Dandi y su americana de tweed, que nadie ha usado realmente, pero allí sigue, viendo pasar el tiempo. Y sobre todo, está la Sombra. La Sombra que nunca te esperas pero con la que indefectiblemente te topas. ¿Saldrá del perchero esta vez y me apuñalará?

Me planteo un escenario hipotético: si morir fuese tan sencillo como presionar un botón e instantáneamente cesar de existir, ¿quedaría gente en el mundo o no? Concluyo que probablemente yo ya no estaría. La Criatura que Habita en las Esquinas me habría obligado, es ladina y solo quiere que nos consumamos.
¿Pero por qué esa criatura me acecha? ¿Por qué nos acecha? A veces, la gente cree que es ella pero en realidad la confunden con otro. La confunden con su reflejo. Pero yo no me confundo, yo la veo. Y no es fácil verla, ni tampoco agradable. Requiere largas y truculentas horas de reflexiones infructuosas, de callejones sin salida, noches insomnes y horas perdidas por el deber más puro y correcto, el que más se opone a ti y lo que más odias en el mundo. Y entonces, la veo. Y si la ves una vez no te abandona nunca. Por eso me acecha.

A pesar de todo, creo que es peor no verla. Si la ves es porque has hecho un gran esfuerzo. Y ese gran esfuerzo tiene también sus grandes recompensas. Es curioso, pero no podría vivir sin verla aunque a veces me fuerce a dejar de vivir. Por suerte o por desgracia carezco de la valentía necesaria para hacerle caso. Pero si fuese cosa de presionar un botón, quizás ya lo habría hecho.

Y es por eso que me sentiría decepcionado si quedase gente en el mundo. El Hombre de la Lluvia y la Mujer Estrafalaria, la Sombra y el Dandi, ¿se borrarían si la criatura les acechara? ¿Te borrarías tú?

sábado, enero 07, 2012

El que era como Holden Coulfield que veía películas en blanco y negro todas las madrugadas


El aburrimiento común es...

Confiar en los rostros de las personas para, finalmente, darte cuenta de lo que ya sabías: llevan máscara. Y lo que hay debajo está tan sucio como tú mismo.

Estar atrapado irremisiblemente en una espiral de odio hacia tu mejor amiga por culpa de  haberse enamorado de lo imposible y habérselo denegado a uno mismo, abusando a cambio de lo cotidiano y de la falsa amistad.

Cenar frecuentemente con tu suegra, o con los amigos pedantes de tu mujer, con los cuales seguramente ella haya tenido una aventura.

Seguir aguantando en un matrimonio desgastado por mera inercia hasta que el odio, que se torna más intenso que el amor, es lo único que lo mantiene en pie.

Haber olvidado el olor de las estaciones por una atmósfera agobiante que huele a maquillaje, humo de cigarrillos, polvos y perfume.

Darte cuenta de que la falta de aburrimiento te da miedo y mitigar esa ansiedad llenando su vacío con drogas legales y alcohol.

Pero por encima de todo, el aburrimiento común es negarlo todo y seguir viviendo a través de la vida de las marionetas.

Lo más triste de todo es que, si te das cuenta de que sufres de esta extendida enfermedad y tus patéticos intentos no consiguen sacarte de ella, los impredecibles y truculentos resultados llevarán a tu psicoanalista, que por cierto, se tira a tu mujer, a recluirte en un centro psiquiátrico con un diagnóstico tan plagado de tópicos que herirán de muerte a la poca dignidad real que te queda.

Así que, ¿qué es mejor? ¿Ignorar voluntariamente que tu vida se ha convertido en un guiñol y alentar la mentira de tu marioneta aun a riesgo de que al final la evidencia se vuelva contra tu propia existencia? ¿O ser sincero contigo mismo y con los demás aun a riesgo de que tu vida cambie? 
La mayoría de la gente solo sigue, sigue, se miente, miente, pero busca a la vez un equilibrio aflojando la soga que mantiene cautiva a su sinceridad, de vez en cuando. En episodios catárticos que, con suerte, algún titiritero escucha. O bien en conciliábulos individuales que transcurren en el más absoluto secreto, no vaya a ser que alguien llegue a conocerte. 
Pero, ¿y si no puedes hacerlo? La respuesta es el tema fetiche de todos mis escritos.

Tristemente, estamos estancados en un gran teatro universal. Ingmar Bergman lo sabía.

martes, noviembre 29, 2011

El ente pancósmico que estaba tan perdido en su propia cabeza que se cantaba canciones de cuna para lograr dormirse

Ea la nana...
Ea la nana...
Duérmete, lucerito de la mañana...

Creo que con esta bato récords de longitud de título y de extravagancia. Aunque no, estoy bastante seguro de que la entrada del gran masturbador es, cuanto menos, mucho más críptico-bizarra.
En todo caso, hoy quiero hacer algo diferente...


Hay sueños (los más) que, definitivamente son proyecciones de las obsesiones que pululan por nuestras abigarradas y caprichosas neuronas. ¿Y qué otra obsesión puebla más a menudo la mente si no es el propio yo y su papel en este curioso lugar espaciotemporal, entre otros yos ajenos, que en realidad son tús y ellos? Al menos a mí me pasa, sea porque es normal o porque soy un asqueroso ególatra. Pero no un ególatra de esos que se suben en su sólido ego enorme, sino uno de esos que hinchan su ego como un globo para poder volar. Pero al final, si el globo se pincha, el ego vuelve a ser una menudencia de goma arrugada.
Pues vaya, que en mi cabeza casi todo el tiempo solo está mi globo, hinchado o pinchado, y las otras personas (no está en cursiva porque sí, yo no hago eso: hay que leerlo en el sentido bergmaniano), cuyas representaciones varían conforme a su propia visión en mi visión. Ha. Oficialmente esta entrada es peor que la del gran masturbador.

A veces los sueños son mecanismos de nuestra mente para decirnos cosas que ya sabemos pero que estando despiertos las reprimimos, por un sentido u otro. Por eso un sueño puede cambiar tu perspectiva. Los sueños son retrasados, literalmente. 

Una vez soñé algo, no del todo kafkiano, sino más bien como un melodrama histriónico a lo Williams, o a lo Almodóvar sin travestis. Era sobre un globo que guarda un secreto que casi todo el mundo sabe ya, excepto un cactus y una vaca con los que vive en su iglú. Entonces el globo un día se hincha de orgullo, determinado a confesarse, y escribe una nota, porque así le resulta más fácil, no quiere ver las espinas del cactus ni los cuernos de la vaca mientras se lo cuenta .
Pero, ¡ay! Nuestro protagonista es demasiado cobarde y, arrepentido de su alarde momentáneo de ímpetu casi heroico, tira la nota a una papelera... Con tan mala suerte que el cactus la encuentra, toda arrugada, de modo que, en un momento dramático hollywoodiense, el globo corre a toda velocidad hacia el cactus gritando "¡Noooooo!" para evitar que lea la nota.

Ya no hay nada que hacer. El sueño, inexorable, se precipita hacia la inexcusable moraleja, y el cactus lee esa maldita nota. El globo espera. Se queda mirando. Y el cactus... Hace lo mismo. Dirige al globo una mirada que trata con demasiado ahínco de ocultar la decepción que le ha causado esa improbable confesión. 

El globo se siente perdido. Herido. Él había esperado furia, ira, rechazo. Pero solo había encontrado una frustrante máscara de indiferencia ocultando la tristeza, el horror del cactus. Y entonces, abriéndose un negro vacío en su interior, el globo se va. Huye. Lo más rápido que puede. No aguanta un minuto más en presencia de la desértica planta. Atraviesa los campos, la hierba, mientras el cactus le grita "¡Glooobooo! ¡Vuelve! ¡No pasa nada, de verdad, me da igual!", pero ese vano intento de falsa reconciliación, a pesar de no estar cargado más que de buena voluntad, o quizás por eso mismo, aleja al globo aún más de allí, en una orgía interior de sadomasoquismo y libertad... 

¿Algún Freud en la sala?

domingo, noviembre 27, 2011

El clónico de sí mismo que era un ente pancósmico

Pienso que The Tree Of Life es la gran obra maestra (cinematográfica, al menos, pero de cualquier modo, global) del siglo XXI. Es, sin lugar a dudas, la 2001: Odisea del Espacio de nuestro siglo, y es incluso más genial que ésta, más original, más cósmica, más todo. No es una historia, no es una película, es la forma más elevada de poesía que éste que os escribe ha conocido jamás, son imágenes, son palabras, es un mensaje, es arte y abstracción absoluta, pero solo para contemplar la realidad, la vida, lo que nos es tan propio, desde un prisma totalmente cósmico. Es una reflexión última sobre TODO. Y por eso es imposible de entender completamente. Con esta obra magna de la humanidad, la persona se ve abocada a un infinito proceso reflexivo en un éxtasis artístico stendhaliano (una de las experiencias que más me han impresionado en este año ha sido ver esa cosmogénesis aderezada por el Lacrimosa de Zbigniew Preisner -escuchar más abajo-, compositor de uno de los réquiems más sentidos que yo haya escuchado). Por eso es una obra maestra. Y por eso, mucha gente la detesta.

Porque hay muchas personas que no quieren ni pensar en lo que hay más allá del mundo inmediato en el que habitan. Y en mi opinión, esas personas jamás entenderán nada. Nada de nada. Ni de su inmediatez ni de su trascendencia. Porque para entender algo hay que investigar sus partes cuidadosamente, con detalle de relojero, para luego contemplarlo desde un punto de vista lo más alejado posible y observar su funcionamiento integrado. Eso es lo que hace The Tree of Life. Pero lo hace con todo. Todo. TODO. T-O-D-O.

The Tree of Life habla sobre la muerte, el cosmos, la vida y la relación trascendental entre todos esos conceptos metafísicos, exactamente en ese orden. La muerte es la excusa para cuestionarse el todo. El todo, en la impotencia de la humanidad es personalizado en una figura abstracta a la que poder interpelar, a la que poder preguntarle: "¿Dónde estabas?". Y la respuesta a la increpación es tan sencilla que se vuelve monstruosamente compleja.

¿Dónde estabas? ¿Dónde estaba Dios cuando nos sobrevino la muerte? Aquí. Allí. En todas partes. Dios es el todo. Pero tratamos a Dios como un concepto demasiado humano. Dios es tú, Dios es yo, y Dios es el cosmos, la naturaleza, la física y la química. ¿Existe, entonces? No. Si. Ambas. Y en ese sencillo y complicado contexto aparentemente panteísta se desarrolla la vida. Pero, ¿qué es una vida en comparación con todo un universo? Todo. Y nada.

Una vida particular es una completa insignificancia en comparación con la inmensidad cósmica, pero el ser humano, un ser humano en concreto, en la medida en que es capaz de hacerse consciente de esa insignificancia, de todas las insignificancias que le rodean, otras vidas, otras muertes, y ubicarlas en ese contexto cósmico, puede y debe sentirse importante. Porque cada una de las vidas que existen en el planeta, cada molécula que reacciona con otra, cada  electrón que deambula por el universo es parte de él, y un todo no es nada sin sus insignificantes partes. Todas ellas.

Así que, el ser humano, es libre y es humano cuando se da cuenta de todo esto. Cuando cruza ese último umbral de su mundo interno y camina de la mano de todos sus miedos, sus pasiones, sus pensamientos. Y acepta su lugar en el cosmos. Y acepta la nada. Y el todo. El junco de Pascal.

Y en mi opinión, de eso es de lo que va The Tree of Life

Además salen dinosaurios.


viernes, octubre 28, 2011

El gran masturbador que era un clónico de sí mismo

Es inútil enseñar la filosofía como una asignatura más, y es inútil bucear meramente en los entresijos de los pensamientos de los grandes filósofos si no se añade un componente de duda, incertidumbre e inquietud. Es inútil pretender que la filosofía es historia y es prácticamente inútil historiar la filosofía. Una personalidad especial y un enfoque curioso, más que didáctico, consigue despertar en un alumno la semilla de un sentimiento de duda. Un sentimiento que, al germinar, crece en un árbol de pura incertidumbre, cuyas hojas, inquietas, buscan la luz de una razón a la que aferrarse. Es absurdo enseñar la filosofía como un saber enciclopédico. Es prácticamente irrelevante perseguir que un alumno saque una buena nota en sus exámenes, mientras que es enormemente productivo procurar que sus inquietas hojas repletas de clorofila busquen por si solas ese sol que tanto ansían, ese referente autocreado que alumbrará ya para siempre su eterna pesquisa, su sed de más, y será precisamente esa sed la que engrandecerá su árbol. Un árbol alto y frondoso es en sí mismo el sinónimo del éxito.
Esta vez me permitiré el lujo de atribuirme la autoría del texto y de su metáfora. Porque aunque no lo parezca, yo cuando me pongo, escribo bastante bien, si se bucea entre la pedantería y la abstrusión a la que sin querer me llevan los paréntesis y las comas. De verdad, que a veces tengo ganas de aplaudirme a mí mismo, porque es muy sano autoalentarse, y si uno no cree en sus propias posibilidades, ¿quién va a creer?
Que me ronda la idea de que este retazo lírico-filosófico me quedó en su momento algo así como perfecto, cumplió con su cometido la mar de bien (y mira que yo no soy de escribir cosas como "la mar de") y me ha apetecido hacerlo público. Porque nadie se resiste al orgullo ni nadie puede evitar que los productos de su sistema límbico salgan finalmente a la luz.