viernes, abril 29, 2011

El songwritter que era extravagante

La extravagancia no existe. Solo la uniformidad. Esto no es un iluso canto a la diferencia como los que me he encontrado en mi camino (estar tumbado en cama ajena, mirar al techo y leer "ellos se ríen de mí porque soy diferente, yo me río de ellos porque son todos iguales" no tiene precio). Es una declaración de principio. La extravagancia no existe porque, metafísicamente hablando, todo es posible. Absolutamente todo.
Últimamente me obsesiona el arte y la expresión artística.

El arte es el camino que el ser humano debe tomar. Porque es capaz de discernir la belleza, porque tiene una mente tan compleja que es capaz de procesar lo que llamamos emociones, y las emociones que se desarrollan en nuestras mentes como bacterias que finalmente todo lo invaden, necesitan una vía de escape. Somos capaces de un pensamiento complejo, y somos capaces de crear belleza. Ergo somos algo bello, y podemos convertir lo efímero en eterno a través del arte. El arte es la razón de nuestra existencia, si algo así tuviese sentido. Al crear, al elegir, al crecer en la dimensión mental, el ser humano entra en paz con su naturaleza, con su potencial y, en fin, con el cosmos.
Por eso no debemos tener miedo del resto del mundo, y mucho menos de nosotros mismos (mira quién fue a hablar, dirá el Invisible Observador Inexistente). Expresar lo que inspira nuestro ser más profundo y complejo, dejar ir a la visceralidad de nuestra mente no es erróneo. Es correcto, y es el lugar al que la sociedad se dirigirá, porque tengo plena fe en el desarrollo de la naturaleza hacia el equilibrio, y sé que de un modo u otro, los sistemas naturales irán mutando hacia un estado más perfecto cuyos pasos intermedios nos parecerán el absoluto caos, pero olvidaremos que el caos es lo mismo que el orden, y que cada cosa es un todo, nada es diferente de nada en esencia y a la vez todo es radicamente distinto en orden (o desorden).
Es sano dejarnos llevar por nuestra esencia y por nuestra extravagancia.