martes, noviembre 29, 2011

El ente pancósmico que estaba tan perdido en su propia cabeza que se cantaba canciones de cuna para lograr dormirse

Ea la nana...
Ea la nana...
Duérmete, lucerito de la mañana...

Creo que con esta bato récords de longitud de título y de extravagancia. Aunque no, estoy bastante seguro de que la entrada del gran masturbador es, cuanto menos, mucho más críptico-bizarra.
En todo caso, hoy quiero hacer algo diferente...


Hay sueños (los más) que, definitivamente son proyecciones de las obsesiones que pululan por nuestras abigarradas y caprichosas neuronas. ¿Y qué otra obsesión puebla más a menudo la mente si no es el propio yo y su papel en este curioso lugar espaciotemporal, entre otros yos ajenos, que en realidad son tús y ellos? Al menos a mí me pasa, sea porque es normal o porque soy un asqueroso ególatra. Pero no un ególatra de esos que se suben en su sólido ego enorme, sino uno de esos que hinchan su ego como un globo para poder volar. Pero al final, si el globo se pincha, el ego vuelve a ser una menudencia de goma arrugada.
Pues vaya, que en mi cabeza casi todo el tiempo solo está mi globo, hinchado o pinchado, y las otras personas (no está en cursiva porque sí, yo no hago eso: hay que leerlo en el sentido bergmaniano), cuyas representaciones varían conforme a su propia visión en mi visión. Ha. Oficialmente esta entrada es peor que la del gran masturbador.

A veces los sueños son mecanismos de nuestra mente para decirnos cosas que ya sabemos pero que estando despiertos las reprimimos, por un sentido u otro. Por eso un sueño puede cambiar tu perspectiva. Los sueños son retrasados, literalmente. 

Una vez soñé algo, no del todo kafkiano, sino más bien como un melodrama histriónico a lo Williams, o a lo Almodóvar sin travestis. Era sobre un globo que guarda un secreto que casi todo el mundo sabe ya, excepto un cactus y una vaca con los que vive en su iglú. Entonces el globo un día se hincha de orgullo, determinado a confesarse, y escribe una nota, porque así le resulta más fácil, no quiere ver las espinas del cactus ni los cuernos de la vaca mientras se lo cuenta .
Pero, ¡ay! Nuestro protagonista es demasiado cobarde y, arrepentido de su alarde momentáneo de ímpetu casi heroico, tira la nota a una papelera... Con tan mala suerte que el cactus la encuentra, toda arrugada, de modo que, en un momento dramático hollywoodiense, el globo corre a toda velocidad hacia el cactus gritando "¡Noooooo!" para evitar que lea la nota.

Ya no hay nada que hacer. El sueño, inexorable, se precipita hacia la inexcusable moraleja, y el cactus lee esa maldita nota. El globo espera. Se queda mirando. Y el cactus... Hace lo mismo. Dirige al globo una mirada que trata con demasiado ahínco de ocultar la decepción que le ha causado esa improbable confesión. 

El globo se siente perdido. Herido. Él había esperado furia, ira, rechazo. Pero solo había encontrado una frustrante máscara de indiferencia ocultando la tristeza, el horror del cactus. Y entonces, abriéndose un negro vacío en su interior, el globo se va. Huye. Lo más rápido que puede. No aguanta un minuto más en presencia de la desértica planta. Atraviesa los campos, la hierba, mientras el cactus le grita "¡Glooobooo! ¡Vuelve! ¡No pasa nada, de verdad, me da igual!", pero ese vano intento de falsa reconciliación, a pesar de no estar cargado más que de buena voluntad, o quizás por eso mismo, aleja al globo aún más de allí, en una orgía interior de sadomasoquismo y libertad... 

¿Algún Freud en la sala?

domingo, noviembre 27, 2011

El clónico de sí mismo que era un ente pancósmico

Pienso que The Tree Of Life es la gran obra maestra (cinematográfica, al menos, pero de cualquier modo, global) del siglo XXI. Es, sin lugar a dudas, la 2001: Odisea del Espacio de nuestro siglo, y es incluso más genial que ésta, más original, más cósmica, más todo. No es una historia, no es una película, es la forma más elevada de poesía que éste que os escribe ha conocido jamás, son imágenes, son palabras, es un mensaje, es arte y abstracción absoluta, pero solo para contemplar la realidad, la vida, lo que nos es tan propio, desde un prisma totalmente cósmico. Es una reflexión última sobre TODO. Y por eso es imposible de entender completamente. Con esta obra magna de la humanidad, la persona se ve abocada a un infinito proceso reflexivo en un éxtasis artístico stendhaliano (una de las experiencias que más me han impresionado en este año ha sido ver esa cosmogénesis aderezada por el Lacrimosa de Zbigniew Preisner -escuchar más abajo-, compositor de uno de los réquiems más sentidos que yo haya escuchado). Por eso es una obra maestra. Y por eso, mucha gente la detesta.

Porque hay muchas personas que no quieren ni pensar en lo que hay más allá del mundo inmediato en el que habitan. Y en mi opinión, esas personas jamás entenderán nada. Nada de nada. Ni de su inmediatez ni de su trascendencia. Porque para entender algo hay que investigar sus partes cuidadosamente, con detalle de relojero, para luego contemplarlo desde un punto de vista lo más alejado posible y observar su funcionamiento integrado. Eso es lo que hace The Tree of Life. Pero lo hace con todo. Todo. TODO. T-O-D-O.

The Tree of Life habla sobre la muerte, el cosmos, la vida y la relación trascendental entre todos esos conceptos metafísicos, exactamente en ese orden. La muerte es la excusa para cuestionarse el todo. El todo, en la impotencia de la humanidad es personalizado en una figura abstracta a la que poder interpelar, a la que poder preguntarle: "¿Dónde estabas?". Y la respuesta a la increpación es tan sencilla que se vuelve monstruosamente compleja.

¿Dónde estabas? ¿Dónde estaba Dios cuando nos sobrevino la muerte? Aquí. Allí. En todas partes. Dios es el todo. Pero tratamos a Dios como un concepto demasiado humano. Dios es tú, Dios es yo, y Dios es el cosmos, la naturaleza, la física y la química. ¿Existe, entonces? No. Si. Ambas. Y en ese sencillo y complicado contexto aparentemente panteísta se desarrolla la vida. Pero, ¿qué es una vida en comparación con todo un universo? Todo. Y nada.

Una vida particular es una completa insignificancia en comparación con la inmensidad cósmica, pero el ser humano, un ser humano en concreto, en la medida en que es capaz de hacerse consciente de esa insignificancia, de todas las insignificancias que le rodean, otras vidas, otras muertes, y ubicarlas en ese contexto cósmico, puede y debe sentirse importante. Porque cada una de las vidas que existen en el planeta, cada molécula que reacciona con otra, cada  electrón que deambula por el universo es parte de él, y un todo no es nada sin sus insignificantes partes. Todas ellas.

Así que, el ser humano, es libre y es humano cuando se da cuenta de todo esto. Cuando cruza ese último umbral de su mundo interno y camina de la mano de todos sus miedos, sus pasiones, sus pensamientos. Y acepta su lugar en el cosmos. Y acepta la nada. Y el todo. El junco de Pascal.

Y en mi opinión, de eso es de lo que va The Tree of Life

Además salen dinosaurios.


viernes, octubre 28, 2011

El gran masturbador que era un clónico de sí mismo

Es inútil enseñar la filosofía como una asignatura más, y es inútil bucear meramente en los entresijos de los pensamientos de los grandes filósofos si no se añade un componente de duda, incertidumbre e inquietud. Es inútil pretender que la filosofía es historia y es prácticamente inútil historiar la filosofía. Una personalidad especial y un enfoque curioso, más que didáctico, consigue despertar en un alumno la semilla de un sentimiento de duda. Un sentimiento que, al germinar, crece en un árbol de pura incertidumbre, cuyas hojas, inquietas, buscan la luz de una razón a la que aferrarse. Es absurdo enseñar la filosofía como un saber enciclopédico. Es prácticamente irrelevante perseguir que un alumno saque una buena nota en sus exámenes, mientras que es enormemente productivo procurar que sus inquietas hojas repletas de clorofila busquen por si solas ese sol que tanto ansían, ese referente autocreado que alumbrará ya para siempre su eterna pesquisa, su sed de más, y será precisamente esa sed la que engrandecerá su árbol. Un árbol alto y frondoso es en sí mismo el sinónimo del éxito.
Esta vez me permitiré el lujo de atribuirme la autoría del texto y de su metáfora. Porque aunque no lo parezca, yo cuando me pongo, escribo bastante bien, si se bucea entre la pedantería y la abstrusión a la que sin querer me llevan los paréntesis y las comas. De verdad, que a veces tengo ganas de aplaudirme a mí mismo, porque es muy sano autoalentarse, y si uno no cree en sus propias posibilidades, ¿quién va a creer?
Que me ronda la idea de que este retazo lírico-filosófico me quedó en su momento algo así como perfecto, cumplió con su cometido la mar de bien (y mira que yo no soy de escribir cosas como "la mar de") y me ha apetecido hacerlo público. Porque nadie se resiste al orgullo ni nadie puede evitar que los productos de su sistema límbico salgan finalmente a la luz.

miércoles, julio 20, 2011

El extravagante que era el gran masturbador

El Gran Masturbador, Salvador Dalí

Can you hear me, Major Tom?

Hay veces que es mejor olvidarse de la realidad y creerse las ilusiones porque, al fin y al cabo, ¿qué autoridad tiene uno para dinamitar la relevancia de cualquier cosa?

 La sociedad juega al juego de la seriedad para disimular su locura

...Porque no hay absolutamente nadie cuerdo y si lo hay, definitivamente tiene que estar loco.

¡Dios ha muerto y nosotros somos quienes lo hemos matado!

Y digo más aún: la moral ha muerto y no solo la hemos matado, hemos torturado a esa vieja y sucia puta hasta la muerte más agónica imaginable. De todas maneras, siempre fue una mentirosa. ¡Ave, Hombre Amoral -que no inmoral- del futuro! ¡Salve, Sentido Común!

Dadle a un hombre una máscara y será él mismo
 La verdad oculta ahoga: un hombre debe procurarse su máscara a cualquier precio



viernes, abril 29, 2011

El songwritter que era extravagante

La extravagancia no existe. Solo la uniformidad. Esto no es un iluso canto a la diferencia como los que me he encontrado en mi camino (estar tumbado en cama ajena, mirar al techo y leer "ellos se ríen de mí porque soy diferente, yo me río de ellos porque son todos iguales" no tiene precio). Es una declaración de principio. La extravagancia no existe porque, metafísicamente hablando, todo es posible. Absolutamente todo.
Últimamente me obsesiona el arte y la expresión artística.

El arte es el camino que el ser humano debe tomar. Porque es capaz de discernir la belleza, porque tiene una mente tan compleja que es capaz de procesar lo que llamamos emociones, y las emociones que se desarrollan en nuestras mentes como bacterias que finalmente todo lo invaden, necesitan una vía de escape. Somos capaces de un pensamiento complejo, y somos capaces de crear belleza. Ergo somos algo bello, y podemos convertir lo efímero en eterno a través del arte. El arte es la razón de nuestra existencia, si algo así tuviese sentido. Al crear, al elegir, al crecer en la dimensión mental, el ser humano entra en paz con su naturaleza, con su potencial y, en fin, con el cosmos.
Por eso no debemos tener miedo del resto del mundo, y mucho menos de nosotros mismos (mira quién fue a hablar, dirá el Invisible Observador Inexistente). Expresar lo que inspira nuestro ser más profundo y complejo, dejar ir a la visceralidad de nuestra mente no es erróneo. Es correcto, y es el lugar al que la sociedad se dirigirá, porque tengo plena fe en el desarrollo de la naturaleza hacia el equilibrio, y sé que de un modo u otro, los sistemas naturales irán mutando hacia un estado más perfecto cuyos pasos intermedios nos parecerán el absoluto caos, pero olvidaremos que el caos es lo mismo que el orden, y que cada cosa es un todo, nada es diferente de nada en esencia y a la vez todo es radicamente distinto en orden (o desorden).
Es sano dejarnos llevar por nuestra esencia y por nuestra extravagancia.

jueves, marzo 31, 2011

El asesino de pájaros por la gracia de Dios que era songwriter

Creo que he tumbado tantas veces la Apuesta de Pascal que ya no tiene ningún efecto sobre mi adorada audiencia fantasma. De todas formas, miremos hacia adelante ahora.

El otro día escribí una canción en inglés (of course). Este es un "mal hábito" que me han pegado recientemente, y la verdad es que es muy edificante y liberador, independientemente de la horrible calidad de mis resultados.
En cualquier caso, no mostraré aquí la canción (que me da apuro, hombre, compréndanme) pero si que hablaré de lo que trataba, porque me pareció muy interesante.
El asunto era que a una cierta persona le hacen una radiografía craneal después de caerse de su bicicleta (excelente tema para una canción) y descubre que tiene incrustado en el cerebro un extraño dispositivo. Dicho elemento is supposed to se supone que controla sus acciones y pensamientos y, por tanto, nuestro amadísimo protagonista se compra un flamante y afilado cuchillo y se lo clava en la cabeza, apuñala sus pensamientos y todos sus recuerdos, y luego, claro, cuando se da cuenta de la sangría que ha preparado le entra el pánico y empieza a gritar, y se da cuenta de lo inútil de su estúpida intervención para tratar de sacar esa cosa de su cerebro. Y entonces, moribundo, cae sobre las baldosas blancas de la cocina y las tiñe de rojo sangre mientras derrama lágrimas sanguinolentas. Estando su fin próximo, el Ángel de la Muerte va a él y le cuenta, para mayor regocijo de los Hados, que aquel dispositivo que controlaba lo que pensaba y lo que decía no estaba en su cerebro, sino en su mente.

El mensaje está "oculto" de una forma un poco burda y demasiado gráfica, pero bueno, a mi me gusta.

PD: la canción se titula Lobotomy Song.

martes, marzo 15, 2011

El que se quedó sin palabras que era asesino de pájaros por la gracia de Dios

Comenzaré con una declaración bastante clara: yo no quiero que salven mi alma por mí. Así que, por favor, si todavía hay algún religioso proselitista en la sala que pretenda hacer progresos conmigo, que se vaya dando por vencido. Porque Pascal estaba equivocado. Anda mira, acabo de llegar a un punto interesante, voy a rebatir la Apuesta de Pascal así, de un plumazo y en un momento, que a mi me gusta cargarme las teorías de los filósofos que admiro.
Recordemos un momento en que consiste la apuesta de Pascal...

Puedes creer en Dios; si existe, entonces irás al cielo.
Puedes creer en Dios; si no existe, entonces no ganarás nada. 
Puedes no creer en Dios; si no existe, entonces tampoco ganarás nada. 
Puedes no creer en Dios; si existe, entonces no irás al cielo.
Entonces la apuesta más sensata es creer en Dios, porque puedes ganarlo todo o no ganar ni perder nada.

...ya. Bueno, pues a lo iba. Que la voy a rebatir usando la reducción al absurdo, que es una cosa que me gusta a mi mucho también por esa carga tan estimulante de sarcasmo y desprecio que tanto gusta al ser humano. Porque es divertido criticar, muy divertido. Si no, que se lo pregunten a Boyero, que vive de eso...
En fin, pongamos por un momento que acepto el razonamiento de la condenada Apuesta. Y ahora, introduzcamos nuevos elementos. Pongamos que digo que si antes de encender un interruptor das tres vueltas sobre ti mismo mientras gritas vocales sin sentido, al día siguiente encontrarás junto a tu cama un billete de 500 €.

Puedes dar las vueltas y gritar, si es cierto el asunto, ganas 500 €.
Puedes dar las vueltas y gritar, y si es falso, no ganas ni pierdes nada (salvo, tal vez, un poco de dignidad, pero no es nada que no pierdas humillándote ante Dios...)
Puedes no dar las vueltas ni gritar, si es cierto, no ganas los 500€.
Puedes no dar las vueltas ni gritar, si es falso, tampoco ganas ni pierdes nada.
Entonces, alabado sea Pascal, no nos queda otra que dar tres vueltas sobre nosotros mismos y gritar vocales sin sentido cada vez que encendamos la luz.

Hala, Apuesta rebatida. Traducción: si damos por válido el razonamiento, tenemos que creer en cada religión y llevar a cabo cualquier absurdo improbable que se nos ocurra "por si acaso".
Y ahora cito a Victor Manuel:  
Déjame en paz,
que no me quiero salvar,
que en el infierno no estoy tan mal.
Porque no sé si lo sabéis pero en el cielo lo único que hay son una cantidad infinita de ejemplares de la biblia con todas las encuadernaciones posibles (en cuero, en papel, plástico, barro, ladrillo, cristal, madera, aire, melaza...) y vidas de santos. En el infierno están el resto de los libros.

Os parecerá mentira pero mi motivo principal de esta entrada era comentar lo que dice esta señora.
Ah, que no os apetece ver el video. No pasa nada, yo os lo resumo. La susodicha dama de la elegantísima chaqueta de estampado de leopardo azul brillante (es tan precioso como suena) sugiere que millones de pájaros caen del cielo porque EEUU tiene una política cada vez más abierta hacia los derechos de las parejas del mismo sexo y ha abolido el don't ask, don't tell. Como suena. De ahí lo de que no quiero que me salven. Que toda esta gente yo no sé lo que pretende. No sé por qué lo hacen. ¿Quieren controlarnos a todos? No pueden, lo siento, a estas alturas ya no. ¿Quieren convertirnos en gilipollas? Diciendo gilipolleces difícilmente nos harán gilipollas. ¿Se aburren mucho? Probablemente, y por eso no nos dejan vivir tranquilos a nosotros, están amargados. Lo único que quieren es tocar las narices. Así que, si esta señora está a gusto con esa chaqueta diciendo semejantes sandeces, pues por mí, perfecto, pero en mi opinión, debería actualizarse un poco y dejar de tomarnos por idiotas.

lunes, marzo 14, 2011

El psicólogo (y un poco fanático) que se quedó sin palabras

Bah, ya no sé ni de qué hablar. Se me ha acabado la filosofía o algo, y ya no encuentro con qué rellenar mis divagaciones literarias. Así que intentaré hablar de lo primero que me venga a la mente.
Matemáticas.
(En este punto, más de la mitad de mi audiencia fantasmal abandona sin escrúpulos el auditorio)
Mucho se han despreciado las matemáticas, especialmente en estos últimos tiempos que corren, aunque también es cierto que mucho se les ha amado. Amar las matemáticas es como amar al mundo transmutado en un lenguaje totalmente preciso y perfecto que no admite negación. Es decir, las matemáticas son Dios.
Si, lean bien lo que digo, si hay algo parecido a dios en el universo, son las matemáticas. Hasta Descartes, el gran dudador, tuvo problemas para dudar de las matemáticas, y al final recurrió a un argumento que si bien es válido por no poder ser probada su falsedad (así como tampoco su verdad), yo lo me lo cargo de un plumazo y devuelvo a las matemáticas su reconfortante estatus de indubitabilidad. Porque por mucho genio maligno que nos confunda, si no podemos conocer la hipotética Verdad Auténtica, carece de propósito que nos cuestionemos por ella. Total, que yo me quedo a gusto con el engaño del susodicho y malvado genio.

Decía que mucho se desprecian hoy en día las matemáticas. ¿Por qué? ¿Por qué algo tan perfecto puede ser despreciado, odiado, calumniado? En mi aquí-nunca-humilde opinión, si se odian las matemáticas, es porque realmente no se entiende su abstracta y elevada esencia. De hecho, el concepto que se tiene y que se enseña de las matemáticas es totalmente inadecuado y, a todas luces, si, aburrido.
¿Qué hacen las matemáticas?¿Cuál es su propósito? El motivo de esta bellísima disciplina no es "hacer sumas y restas" o "dividir doce caramelos entre seis niños". Las matemáticas son un conseguido intento de la mente humana para traducir el mundo en una sintaxis axiomática que las estructuras lógicas más básicas sean capaces de entender. Nociones como el producto, la potenciación, la división y la proporción, tienen un sentido intrínseco en la naturaleza. El lenguaje matemático es la máxima simplificación del mundo.
Más allá de estas operaciones simples, nos encontramos con procesos de equilibrio (el proceso fundamental del universo) que son perfectamente definibles mediante ecuaciones matemáticas más sofisticadas. Y no me voy a quedar sin poner un ejemplo como...
¡¡Las ecuaciones Lotka-Volterra!!

Esta pareja de ecuaciones hermanas describe sin titubeos un modelo de variación del número de individuos de dos poblaciones relacionadas de un cazador y una presa. Básicamente, en la ecuación de la presa se establece que la tasa de variación de individuos es directamente proporcional al número de individuos (crecimiento exponencial) menos el número de encuentros con depredadores, que está expresado como el producto del número de presas por el número de depredadores.

En la ecuación del depredador, el crecimiento de la población viene dado por el producto del número de presas por el número de depredadores (el aumento de depredadores depende del aumento de presas) menos la muerte exponencial de presas por causas naturales.
Así, cuantas más presas haya, más depredadores podrá haber, pero cuantos más depredadores aparezcan, más se diezmará el número de presas, lo cual hará disminuir al número de depredadores, hecho que hace aumentar el número de presas, etc, etc, etc.
¿¿¡NO ES HERMOSO!??

En fin, basta de esquizofrenia por hoy. Así que el psicólogo un poco fanático se quedó sin palabras y se pasó a los números...

sábado, febrero 12, 2011

El ordenado que era psicólogo (y un poco fanático)


No dejo de escuchar Born This Way una y otra vez (y otra vez, y otra vez, y otra vez), escuchándola atentamente, buscando algo. Hace unos minutos no sabía lo que era. Ahora lo tengo claro.
Cada vez que la vuelvo a escuchar busco el porqué de que haya decepcionado o no-gustado a una cierta cantidad de gente. Vamos, que busco lo que tiene de malo la canción y no lo encuentro. No obstante creo que ya sé lo que está mal. La gente está mal. Ese es mi dogma: la gente está mal y lo odio.
Perdonadme si me crezco, pero verdaderamente opino que la gente no piensa las cosas. Solo hablan, y hablan y hablan, y dan opiniones absurdas pretendiendo que cualquier opinión merece el mismo respeto. Eso es una ingenuidad propia de una mente infantil. No puede ser que tenga el mismo peso una opinión fundamentada y una "opinión" sin razones que la sostengan. De todas formas, esto ya lo he tratado anteriormente. Dónde quiero ir.
Bien, quiero ir al hecho de que la gente no sabe lo que quiere. La mayoría de la gente quiere cosas muy bonitas y perfectas, y cuando chocan de bruces con la realidad, pues eso, frustración. Todos lo vivimos a diario. O por lo menos yo lo vivo a diario. Es algo normal. Lo que no es normal es perdurar en la rabieta.

Solo hace falta pensar un poco y dejarse de Sehnsucht y gilipolleces, que ya tenemos una edad. ¿Por qué algo le gusta a una persona? ¿Cómo decidimos "me gusta el rojo" u "odio el amarillo"?
A falta de una encuesta científica y fiable echaré mano de mi experiencia personal, sea extrapolable o no. Muchas veces, decidimos lo que nos gusta y lo que no de manera inconsciente, según como lo que percibimos se integre en las estructuras (hardware o software) de nuestro cerebro que ordenan y analizan la percepción (hipótesis infundada, ¡HIPÓTESIS!), pero en otra cantidad considerable de ocasiones, decidimos conscientemente si algo nos gusta o no. Esto se aplica especialmente con motivo de acontecimientos, realidades o situaciones que ya han sido programadas, previstas o simuladas en nuestra mente, de forma que previamente hemos puesto una etiqueta a ese contenido y nos hemos creado unas expectativas. Del choque de esas expectativas con la experiencia real posterior saldrá nuestro like o dislike. Obviamente, si nos creamos unas expectativas absurdas dejándonos llevar demasiado por ese anhelo humano por las cosas bonitas y perfectas, pues nos entra la infelicidad del romántico. Quiero rosas pero sólo hay juncos, y claro, eso deprime.

En fin, no pido cosas imposibles, el capricho es una parte intrínseca de nosotros, intentar extinguirlo es como querer cortarnos la mano, pero la mente también es parte de nosotros, y para algo la queremos. Podemos neutralizar subsistemas con subsistemas. Controlemos el capricho con la mente. Pensemos detenidamente en lo que decimos y en lo que pensamos, y luego, emitamos juicios razonables.
Gracias por los aplausos, audiencia inexistente...

Lo cierto es que si verdaderamente hubiera una audiencia, creo que me odiarían xDD

Edición (27/11/2011): Hoy odio a Holden Caulfield. Me aterra comprobar que hace menos de un año me parecía terriblemente a él.

martes, febrero 08, 2011

El universitario que era ordenado


Todo es orden y todo es caos. El arte contemporáneo es caos. La música, pintura, las artes gráficas, el cine, la literatura. Cuanto más se expande la conciencia de la humanidad, más caótico se hace eso que llamamos arte. Pero para que sea arte, nuestra mente ha de ser capaz de encuadrarlo en un orden. Es por eso que vemos belleza tanto en la opulencia, como en la miseria, en lo barroco y en lo minimalista.
No todo lo que se ordena es arte ni el arte tiene que parecer caótico. Hay arte en el polo apolíneo y lo hay en lo dionisíaco. Pero la esencia de tal dicotomía es que son lo mismo. Caos y orden. Reposo y movimiento. Tormenta y quietud. Su existencia, su apariencia, dependen del punto de vista, del grosor de la lupa con que examines el mundo. Cuanto más lejos estás, menos cosas ves, y desde una posición cósmica, el caos y el orden son iguales.
Una bandada inmensa de pájaros que vuelan sobre nuestras cabezas parecen la más intensa expresión del caos, pero si alejamos el punto de vista, apreciamos cuál es el orden y el sentido de su vuelo, apreciamos formaciones, dirección, propósito.
Todo existe en la medida en que se procesa en nuestra mente desde la perspectiva en que se percibe.

Por eso hay arte en la música de Philip Glass y en la de Alex North. La del primero, es un orden exasperante, hasta tal punto que resuena caótico, la del segundo es esencialmente caótica hasta que llegas a experimentar su orden. 

¿No es hermoso el mundo?


Caos ordenado

 

Orden caótico

sábado, febrero 05, 2011

El vago que era universitario

El caso es que me he "reanimado" a "reabrir" el reblog. Podría comenzar una perorata interminable de sensiblerías histriónicas, o una sarta de argumentos y excusas que expliquen el por qué de esta repentina decisión, pero casi que prefiero emular a Fray Luis y, "como decíamos ayer..."

Me tengo que poner serio. Porque si no alguien me va a malinterpretar.

El tema de hoy es un fragmento de mi cutreensayo que escribo para pasar las horas perdidas a las tantas de la mañana titulado "Las convenciones sociales y el peligro que representan para la realización del ser humano: una explicación hipotética de la existencia del hombre que no merece la pena tomarse muy en serio". Quería titularla "Ámbar" o "Geranios", pero juzgué que, ya que me iba a poner explícitamente filosófico, era mejor usar un título verdaderamente explicativo antes que una metáfora que nadie iba a entender excepto el que suscribe. No porque el resto de gente no sea inteligente, no nos confundamos, sino porque soy tan retorcido que para entender lo que digo hay que hacer un máster. Ni siquiera me entiendo yo, así que vamos bien... 
Ya estoy divagando, así que procedo a citarme sin más dilación:


Todo ser vivo forma parte de un sistema único que forma parte del equilibrio universal del cosmos. Si aceptamos que en el cosmos no hay más motivo que el azar, la probabilidad, entonces podemos asegurar, aunque sea sólo empíricamente, que el sistema global del cosmos tiende siempre a un estado más estable, mediante la interacción entre los subsistemas que lo componen y los propios componentes que los forman, entre sí y consigo mismos. 

La vida es un sistema enormemente complejo, y su existencia, de algún modo, propicia el estado de equilibrio. El ser humano forma parte del macrosistema vital, actuando en las redes tróficas (sistema propio) y proporcionando un tipo de actividad sobre la naturaleza (otros sistemas), no distinto al de otras especies, pero sí mucho más intenso, que depende, además, en mucha mayor medida, de un complejo sistema de toma de decisiones, que es lo que llamamos mente o alma. Pero la mente no es más que lo que surge a partir de la bioquímica. Poco romántico, pero la única explicación razonable. 

El que la mente humana no sea algo distinto a la función emergente de un soporte físico-químico es lo que explica que el ser humano utilice esencialmente su intelecto. Como dirían los filósofos clásicos, la esencia del ser humano es el intelecto. Por ello, lo natural para el hombre es examinar bajo su sistema mental cada acontecimiento al que se enfrente, en lugar de darlo por hecho, como ocurre hoy en día en el seno de la sociedad, por culpa de la cual, nuestro potencial mental se ve exponencialmente mermado al aceptar, como si de instintos se tratase, las convenciones sociales. La sociedad no deja de ser un nuevo sistema en el que el ser vivo se inmiscuye para hacer su función increíblemente más eficiente. Para tener una "buena vida", el ser humano debe vivir en la sociedad. No obstante, y esto es importante, la sociedad no debe vivir en el ser humano. Y me explico: no es aceptable que una persona se rija por unos, llamémosles principios, que por algún motivo que ignora son válidos para un sector de la población humana con la que convive. No es aceptable porque no sabe lo que está haciendo. Y la grandeza del ser humano está en que tiene la capacidad para entender lo que hace, lo que otros hacen y cómo se hace. 

(...)

 Una persona no puede asegurar que matar está mal sin dar una razón válida por la cual se considera un comportamiento no adecuado, simplemente porque el que algo "esté mal" quiere decir que en la dimensión mental humana se considera así, y para que algo tenga validez en esa dimensión, debe estar en concordancia con las reglas lógicas, axiomáticas, fundamentales de ese soporte. 

No obstante, para la mayoría de las personas, el acto de matar parece "naturalmente incorrecto". Esto se explica de la manera más sencilla y visceral posible, las especies siempre tienden a incrementarse, por pura entropía, por el funcionamiento del macrosistema global, cuyas partes siempre aumentan hasta que son neutralizadas por otras, de modo que se llega a un equilibrio de tipo cíclico. Si naturalmente las poblaciones deben aumentar, entonces naturalmente los individuos no tenderán a matarse entre ellos. Por todo esto podemos considerar, aun con la simplificación que constituye el lenguaje, que matar "está mal".



PD: Sí, soy un vago, regreso al blog y nos e me ocurre nada más que copiar y pegar, para ahorrarme trabajo. En fin, piensen, reflexionen.