domingo, noviembre 27, 2011

El clónico de sí mismo que era un ente pancósmico

Pienso que The Tree Of Life es la gran obra maestra (cinematográfica, al menos, pero de cualquier modo, global) del siglo XXI. Es, sin lugar a dudas, la 2001: Odisea del Espacio de nuestro siglo, y es incluso más genial que ésta, más original, más cósmica, más todo. No es una historia, no es una película, es la forma más elevada de poesía que éste que os escribe ha conocido jamás, son imágenes, son palabras, es un mensaje, es arte y abstracción absoluta, pero solo para contemplar la realidad, la vida, lo que nos es tan propio, desde un prisma totalmente cósmico. Es una reflexión última sobre TODO. Y por eso es imposible de entender completamente. Con esta obra magna de la humanidad, la persona se ve abocada a un infinito proceso reflexivo en un éxtasis artístico stendhaliano (una de las experiencias que más me han impresionado en este año ha sido ver esa cosmogénesis aderezada por el Lacrimosa de Zbigniew Preisner -escuchar más abajo-, compositor de uno de los réquiems más sentidos que yo haya escuchado). Por eso es una obra maestra. Y por eso, mucha gente la detesta.

Porque hay muchas personas que no quieren ni pensar en lo que hay más allá del mundo inmediato en el que habitan. Y en mi opinión, esas personas jamás entenderán nada. Nada de nada. Ni de su inmediatez ni de su trascendencia. Porque para entender algo hay que investigar sus partes cuidadosamente, con detalle de relojero, para luego contemplarlo desde un punto de vista lo más alejado posible y observar su funcionamiento integrado. Eso es lo que hace The Tree of Life. Pero lo hace con todo. Todo. TODO. T-O-D-O.

The Tree of Life habla sobre la muerte, el cosmos, la vida y la relación trascendental entre todos esos conceptos metafísicos, exactamente en ese orden. La muerte es la excusa para cuestionarse el todo. El todo, en la impotencia de la humanidad es personalizado en una figura abstracta a la que poder interpelar, a la que poder preguntarle: "¿Dónde estabas?". Y la respuesta a la increpación es tan sencilla que se vuelve monstruosamente compleja.

¿Dónde estabas? ¿Dónde estaba Dios cuando nos sobrevino la muerte? Aquí. Allí. En todas partes. Dios es el todo. Pero tratamos a Dios como un concepto demasiado humano. Dios es tú, Dios es yo, y Dios es el cosmos, la naturaleza, la física y la química. ¿Existe, entonces? No. Si. Ambas. Y en ese sencillo y complicado contexto aparentemente panteísta se desarrolla la vida. Pero, ¿qué es una vida en comparación con todo un universo? Todo. Y nada.

Una vida particular es una completa insignificancia en comparación con la inmensidad cósmica, pero el ser humano, un ser humano en concreto, en la medida en que es capaz de hacerse consciente de esa insignificancia, de todas las insignificancias que le rodean, otras vidas, otras muertes, y ubicarlas en ese contexto cósmico, puede y debe sentirse importante. Porque cada una de las vidas que existen en el planeta, cada molécula que reacciona con otra, cada  electrón que deambula por el universo es parte de él, y un todo no es nada sin sus insignificantes partes. Todas ellas.

Así que, el ser humano, es libre y es humano cuando se da cuenta de todo esto. Cuando cruza ese último umbral de su mundo interno y camina de la mano de todos sus miedos, sus pasiones, sus pensamientos. Y acepta su lugar en el cosmos. Y acepta la nada. Y el todo. El junco de Pascal.

Y en mi opinión, de eso es de lo que va The Tree of Life

Además salen dinosaurios.


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