domingo, julio 11, 2010

El fiscal que era asesino de gatos por omisión

Hay un gatito que maúlla, allá, en el descampado enfrente de mi ventana, solo en la oscuridad, me imagino. Debe ser muy pequeño, sus maullidos suenan muy agudos, indefensos, asustados y descorazonadores, despiertan una especie de rara compasión, un instinto protector. Quiero bajar ahí y buscar al Gatito que Maúlla, abrazarlo y traerlo aquí conmigo.
Sigue maullando, como desesperado, desenfrenado, lo veo en mi mente, un pequeñísimo y dulce amago de gato blanco, de ojos azules, extremadamente abiertos de pánico y desprotección. En ese imposible futuro hipotético en el que bajo y encuentro al Gatito que Maúlla, éste me rehuye al principio, y cuando lo alcanzo y lo recojo en mis brazos, envuelto en una toalla, se revuelve y trata de escaparse y arañarme con sus primitivísimas y débiles uñas. No voy a bajar a por ese gato. Aunque me gustaría bajar: quiero bajar. Pero nunca bajo. Esta no será la excepción.
Quiero bajar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario