lunes, agosto 02, 2010

El panteísta que era cazador de brujas

Estás tranquilamente navegando por la red. Quizás visitando algún blog mientras escuchas apaciblemente la Sinfonía nº 41 de Mozart (el segundo movimiento, aquel por el cual, según Woody Allen, merece la pena vivir) o disfrutas de la inteligencia compositiva del maestro Morricone, puede que en Vatel, con la Symphonie Avec Voix o la Deuxième Symphonie, incluso cabe pensar que lo que los altavoces profieren son las guitarras eléctricas y letras conspiranoicas de Muse, los ritmos delirantess de Danny Elfman, los virtuosismos geniales que compuso Chopin, o los ritmos modernos y alternativos de Kasabian. 
Y de repente, ocurre. Abres una página y empieza a sonar música. Una música que no deseas escuchar. Un sonido que, por muy lírico que sea, te parece estridente por empañar a Mozart, Morricone, Muse, Elfman, Chopin o Kasabian, e instanténeamente empiezas a odiar la web que ha destrozado un clímax musical o un trance armónico. A veces encuentras la fuente de tan incómodo sonido rápidamente. Otras veces (las más) das vueltas como un loco hasta que la hallas. En cualquier caso, una vez que consigues sofocar el ruidillo indeseado, no puedes evitar pensar por qué misteriosa razón alguien se dedica a torturar a la humanidad de tan cruel forma...

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